Hay algo de humedad y aunque los labios
no emitan ni un sonido, en lo salobre
se apagan las palabras que no se oyen
antes de que las digas en el patio
El triste olor dulzón, que desde abajo
las hojas lentas de calor corroe
cierra mi boca –como mero torpe
que tapa miel, abeja y su trabajo.
Así es que aunque me digas que es humano
y sonrías paciente, no es mi nombre
lo que se está pudriendo, ni hablo en vano
Lo que ahora se anega y se corrompe
en esta hora sucia del verano
es la fe que tenía yo en el hombre.
(Agosto-septiembre 1992)
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