sábado, 20 de septiembre de 2008

Te suaviza el amor y mientras creces
te acercas y te alejas, te haces nueva
agua que se desliza entre paredes
que lejanos motivos estremecen.


Tu voz me trae ecos de otras voces
en que mi propia voz se hacía entera
voz que tal vez tuvieran las abuelas
que no conocerás, y en ti se mecen.


Entender sin engaño yo quisiera
y explicarte, mi niña, las sandeces
que al descubrir lo frágil nos dan fuerza,


que hacen grande a la vez que empequeñecen
que nos hunden y luego nos elevan.
O me lo explicas tú. Tal vez entiendas.




(15-5-92)
Nota de Fernanda: transcribiendo este poema me doy cuenta de que se dirigía a mí.

viernes, 12 de septiembre de 2008

(Nota introductoria a los sonetos)

El ajetreo veraniego me ha mantenido alejada de este blog. Lo retomo hoy, 12 de septiembre, colocando los primeros sonetos de una serie iniciada por mi madre en 1992. Los últimos están fechados en 1994, el año de su muerte. Me resulta muy difícil comentarlos. Para quien no la haya conocido muy de cerca, muchos de estos poemas resultarán en cierto modo herméticos. Algunos hacen referencia directa a su propio pasado, a su infancia en Chile (a su añoranza de Chile, también), a su conflictiva relación con su hermano, el poeta Armando Uribe... Pero no quiero añadir más detalles.
Tal vez lo haga a modo de anotaciones tras algunos sonetos en concreto.
Y es que creo que estos poemas trascienden lo personal, lo anecdótico; tocan de manera muy profunda temas existenciales en los que puede verse reflejado cualquier humano que haya transitado por la noche oscura del alma.
De pronto, me sorprende el carácter premonitorio de algunos versos, como si algo en ella, calladamente, se hubiera estado despidiendo ya de esta vida. No sé. Mi madre murió en julio de 1994 a consecuencia de las secuelas de un infarto.
La parte más abierta de mis hechos
solías ser, y yo la más oscura.
En el fondo del pozo, en la hondura
tendía hacia la luz, el alto hueco.


Del amor al amor hay largo trecho
y si yo diera el paso resoluta
me hallaría tal vez con la pregunta
que ya me tiene más allá del techo.


Porque no hallo respuesta. Sólo dudas
que me dejan temblando y con enojo
ante verdades sabias pero turbias.


Así es que bajo techo y en el pozo
puedo pensar en ti como en la luna
y comerme las rabias con sonrojo.


(11 agosto 1992)
Si me sitúo en el centro de la línea
o un poco más abajo, ya cayendo
al hueco donde van disminuyendo
los ojos con la mano y las rodillas


si caigo y no caigo todavía
al precipicio que se está ya abriendo
aunque no quiero verlo, ya estoy viendo
que es sólo un resbalarse en geometría.


O si me suelto, cómo, tan atada
en tanta circunstancia ya metida.
Y olvidándome ya como olvidada


poco importan las reglas de la línea
ni dónde ni en qué punto exacto estoy situada
respecto al ojo abierto de la vida.



(7 agosto 1992)
Si de elegir se trata, es el olvido
lo que zumba en mi oreja cada día
y la memoria, oveja arrepentida
retrocede cobarde entre balidos.


El moscardón insiste, ha invadido
lo que fui y lo que quise en las esquinas
de una ciudad que parecía mía
y se escapó como aire inadvertido.


Nada puedo elegir, no hay disyuntiva
ni nacimiento propio ni de otros
ni locos alegres, ni en sordina


deseos apagados, ni destrozos.
Tabla rasa, viviendo cada día
lo que trae con esto y con lo otro.


(Fechado el 9 de julio de 1992)